El Barcelona humilló al Real Madrid en el Bernabeu en una noche para la historia (2-6).
Asido a la maestría de Xavi, que conectó con todos y gestó cuatro de los tantos, Henry encontró un filón a la espalda de Sergio Ramos. Antes, en la pizarra, Guardiola había clavado la primera pica. Un jaque en toda regla. Heinze fue titular por su supuesta capacidad para frenar a Leo Messi. Arrancó el partido y Messi se buscó la vida de falso delantero centro, con Eto’o sacrificado en el costado y con Heinze sin saber cómo ser útil en ningún momento. Además, sin una referencia clara, la rigidez de Cannavaro y Metzelder naufragó en mar abierto. Messi barrió todo el frente de ataque y picoteó con veneno en los momentos decisivos, porque tampoco le fijaron ni Gago ni Lass, en desventaja numérica en el centro del campo, con Xavi sentando cátedra e Iniesta custodiando la pelota y la gloria.
El único resquicio que encontró el Real fue zarandear a Abidal. Por ahí revoloteó Robben, que no pareció completamente recuperado de su dolencia muscular, y por ahí enlazó con Sergio Ramos en la jugada del primer tanto. Era el minuto 13 y el cabeceo de Higuaín adelantó a los blancos.
Sin tiempo para la serenidad, la batalla se encarriló por la senda del vértigo más frenético. El uno a cero encendió la mecha. Al cuarto de hora, entre Ramos y Cannavaro se coló por primera vez Henry, pero Eto’o no alcanzó su punterazo en el segundo palo. Era un aviso y una premonición. Leo Messi enganchó entre líneas y picó con precisión un pase filtrado a la carrera de Henry, que encontró la red ante Casillas.
Henry, al poco, aprovechó la ausencia de Ramos, hurgando en la herida, para limpiar a Lass y encarar a Cannavaro, que regaló una falta lateral junto a la cal. También el laboratorio le funcionó al Barcelona. Xavi enroscó a Puyol, que se zafó de Higuaín para rematar de testa, solo, y voltear el campeonato.
Un arrebato doble de Robben e Higuaín fue el último gesto de rabia de los locales. Respondió Valdés y ahí, en ese instante, murió el Real, se evaporó su coraje. El partido dejó de ser de ida y vuelta para discurrir por una sola dirección, la azulgrana. El Barça podía superar, a priori, en todo al Madrid menos en pasión y también en eso lo hizo. Los de Juande habían llegado al clásico con opciones gracias a su gigantesca fe, y la perdieron justo en el peor momento.
En el tercer tanto, el Barça castigó sin piedad un error de Lass en la salida. Robó Xavi y Messi la envió al rincón ante Iker, impotente de principio a fin.
Tras el intermedio, dos avisos de Iniesta y Henry precedieron al gol de Sergio Ramos, tras una rosca de Robben. Fue el gol de la incredulidad, no se lo creyó el Real y no tembló el Barça, que respondió firme una vez más, y esta vez de manera definitiva. Xavi, profundidad, Ramos, ausencia y Henry, puntería. Dos a cuatro.
El quinto y el sexto arribaron por inercia. Tampoco los cambios de Juande resolvieron ningún problema. La zaga del Real pasó de largo ante una maravilla de Xavi -¡vaya noche!-, que frenó, giró y habilitó a Messi, torero. El argentino sentó a Casillas y la empujó silbando. A poco del final, Piqué se unió al festín y, desnudando de nuevo a Cannavaro, rubricó una incursión de Eto’o.
Fue la victoria de un estilo, un himno evocador que retrata una manera de entender el fútbol y la vida. De Guardiola a Xavi e Iniesta, de Piqué a Henry pasando por Messi, el Barça tomó el Bernabeu sin traicionarse, siendo fiel a sí mismo. Fue el baile definitivo, campeón sin discusión posible, a falta de la consumación matemática. En el césped del Bernabeu el Barça encontró su cielo particular y confirmó, por si había dudas, lo que había tratado de hacer comprender al mundo durante toda la temporada. Que es el mejor equipo de España.
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